Paisaje socialista tras la batalla

La explicación que el entorno de Rubalcaba ofrece sobre su decepcionante intervención en el Debate del estado de la Nación tiene ribetes psicológicos. Cuando estaba preparando su discurso a solas en su despacho en el Congreso de los Diputados, a escasos minutos de subir a la tribuna de oradores, Elena Valenciano le interrumpió para darle la noticia de que el primer secretario del PSC, Pere Navarro, acababa de pedir en un acto público la abdicación del Rey en su hijo, el Príncipe Felipe.

El efecto de la noticia le dejó en estado de shock por un momento, para después provocar en él un ataque de furia contra su compañero socialista.

En resumen: según esas fuentes, la culpa de lo mal que lo hizo Rubalcaba la tiene Navarro.

No podemos orillar el hecho de que la metedura de pata del dirigente socialista catalán sacara de sus casillas al secretario general del PSOE. Dicen que esa misma tarde, tras concluir el turno de réplica, le llamó hecho una fiera pidiéndole explicaciones. Pero incluso esa explicación benévola demuestra lo poco consistente que es su autoridad dentro del partido.

Cuentan en el PSC que el contenido de su intervención en la Cámara de Barcelona lo conocía muy poca gente. Personas relevantes como Carme Chacón ignoraban el bombazo que iba a soltar Navarro. La ex ministra de Defensa fue informada nada más concluir el almuerzo en la Cámara por el diputado Miquel Iceta. Las fuentes próximas a Rubalcaba no desaprovechan la ocasión para insinuar que Chacón estaba en el ajo.

Sin embargo, la cosa no tiene nada que ver con una conjura a escala general con el único objetivo de despistar a Rubalcaba y hacerle daño el día de su estreno como jefe de la oposición en el duelo parlamentario más importante del año.

Parece ser que la intención del primer secretario del PSC era sacar la cabeza tras unos días de inmersión por el asunto del espionaje y, de paso, ganarse las simpatías de un sector del partido que le mira mal por considerarle demasiado dócil ante las órdenes de Madrid. O sea, que quiso tener agenda propia justo en el peor día.

Una de las afectadas directamente por la asonada de Navarro es Elena Valenciano, que ha sido designada por Rubalcaba para acoplar las políticas del PSOE y del PSC. Su interlocutor en Barcelona es Antoni Balmón, secretario de Acción Política del PSC. Rubalcaba ha creado esa célula de coordinación para evitar precisamente que se produjeran incidentes como los del pasado miércoles.

En definitiva, ahora Navarro tiene en su contra, además de a la facción más nacionalista de su partido, a toda la dirección del PSOE, sin excepción. Veremos cuánto dura al frente del PSC.

Pero volvamos a Rubalcaba y al Debate del estado de la Nación.

Tienen razón los que afirman que en el Grupo Parlamentario Socialista no ha habido sonoras voces críticas contra su líder, a pesar de reconocer que el Debate ha servido para dar oxígeno a Rajoy para unos meses. Pero ése es precisamente el problema: a pesar de haber perdido la oportunidad de asestar un golpe mortal al presidente del Gobierno, a pesar de haber salido escaldado de su cara a cara con el líder del PP, a todo el mundo dentro de su Grupo le parece que Rubalcaba no ha estado del todo mal.

Desde el Congreso de Sevilla, que se produjo hace un año y que dio como resultado una victoria pírrica de Rubalcaba, el equilibrio de fuerzas interno en el PSOE apenas se ha movido. Es decir, que el liderazgo del secretario general se sigue sosteniendo en el apoyo de poco más del 50% de la organización.

¿Cuánto aguantará Rubalcaba al frente del partido? ¿Se puede permitir el lujo el PSOE de mantener como líder a un pato cojo durante mucho tiempo más? Si ahora, en medio de una crisis económica sin precedentes y con la sombra de Bárcenas sobrevolando la sede de Génova, el PSOE no logra remontar en las encuestas, ¿cuándo lo va a hacer? ¿Cuando mejore la situación y se empiece a generar empleo? ¿Cuando el ex tesorero del PP se haya sentado en el banquillo?

Esa situación de debilidad no sólo es mala para los socialistas, sino para la estabilidad política de España. En un momento como el que estamos viviendo, con una crisis institucional sin precedentes y todavía con casi un año de sufrimiento para los ciudadanos por la crisis económica, la alternativa de Gobierno no puede aparecer como un partido que se desangra poco a poco por el empeño de su cúpula de mantenerse en el poder esgrimiendo para ello el exigüo resultado del último Congreso.

Mientras que IU y UPyD engordan en la expectativa de voto, el PSOE se mantiene lindando el 30%. Y Rubalcaba con una valoración peor que la del presidente del Gobierno.

Los peligros son evidentes. La declaración de Navarro (que se suponía era el candidato más afín a la dirección nacional) no es una anécdota. Refleja el desmoronamiento del partido y la búsqueda de salidas individuales por parte de los barones.

Otro riesgo es que algunos dirigentes del PSOE sientan la tentación de ligar el futuro del partido al de los movimientos ciudadanos, como el 15-M o los grupos antidesahucios.

O bien que se confíe en que los casos de corrupción, por sí mismos, desgasten al Gobierno hasta el punto de provocar su caída. Uno de los mejores momentos de Rubalcaba en su intervención en el Congreso fue cuando le espetó a Rajoy que «el Gobierno no puede vivir pendiente cada mañana de que a Bárcenas le dé un ataque de sinceridad». Eso es cierto. Pero el PSOE tampoco puede hacer depender su labor de oposición de que a Bárcenas le dé un ataque de sinceridad.

¿Aguantará Rubalcaba al frente del PSOE hasta finales de 2014, fecha fijada para las primarias? Un dirigente del partido sentencia: «Depende exclusivamente del apoyo de Griñán. Cuando éste incline su pulgar hacia abajo, Rubalcaba estará políticamente muerto».